Otra vida de Sísifo

jueves, julio 21, 2005

Zas!!!

Zaaasssss!!! Así me gusta empezar, un buen comienzo, una buena onomatopeya. Suelo empezar todos los días igual, algunas veces me permito la excentricidad de despertar con un vulgar bostezo. En fin, como he dicho, me gusta comenzar bien, con energía, pues creo firmemente que de un buen comienzo es más fácil conseguir un buen final. Atrás dejé la época en la que vagaba cansado de no hacer nada del dormitorio al salón y del salón...del salón no conseguía salir. Tras un rápido desayuno, con todo lo que un campeón necesita...es decir, café y una acuciante necesidad de salir a la calle, me caí en la calle, de nuevo en el mundo, ese mundo que me tiene enganchado, al que amo y odio a partes iguales....no, es broma, si realmente lo odiase no volvería a él. Además, odiar cansa demasiado y da frutos amargos, no soy tan tonto. Como buen hombre que soy, no desdeño mi condición animal. Y tanto como hombre, como animal, soy un ser de costumbres y acostumbro a dar rodeos, rodeos útiles, no exentos de recompensas, de esas cosas que poquito a poquito nos llenan la vida. Acostumbro a dar un rodeo para cruzar un gran descampado, camino a mi camino. Este erial, además de darme tiempo a despertar por completo, me libera de tener que aguantar a mis semejantes, que tan temprano nada bueno me pueden ofrecer y mucho menos yo a ellos. De un tiempo a esta parte, un nuevo actor irrumpe en la ensayada puesta en escena. Al principio apareció buscando, olisqueaba en busca de comida de algo que, a la vista de su porte, hacía mucho tiempo que no cataba. A los pocos días, inocente yo, le traje unas sobras de la noche anterior. Yo intentando ayudar, alimentar a aquel flacucho perro y él no probó bocado. Parecía intuir lo poco que iba durarle el sustento, pues fue ahí cuando comprendí que la comida no la llevaba por él, era yo el que necesitaba llevarsela, sentirme útil, dar lo que yo sentía que me habían negado, lo que nadie me había dado durante toda mi vida. Aquel perro me enseño a no esperar nada de nadie y a no dar para así justificar mi resentimiento de que hace tiempo que el mundo pasó olímpicamente de mí. Desde ese día, cuando doy, doy y no hay más. Por eso, ese perro tiene mi compañía, por eso cada mañana nos vemos, cruzamos el descampado juntos y después cada uno sigue con su camino. Él ya come cuando le traigo comida.Normalmente el descampado sirve para que ponga en claro mis ideas, no del todo pero sí un poquito. Cuando entro en él, huyo de la ciudad. Cuando salgo de él me alegro de volver a la ciudad, una sonrisa se instala en mi mirada y el sol sale a mi encuentro. Dos calles más allá, al doblar la esquina, siempre me ocurre lo mismo, ese saludo alegre que hasta el corazón me llega. Chari, la de la frutería, me da los buenos días y algo más. Es la alegría en persona, siempre atareada y relatando, todo a la vez. Que si estoy más delgado, que no como, que hay que ver lo guapo que estoy, que cuándo saldré en las revistas de corazón, con ese porte aristocrático debería ser de la "yesé"...A pesar de lo corralera que es Chari, es una mujer admirable. Tiene cinco chiquillos, seis contando a Manué, su marido. Son una familia normal, qué digo... muy especial. Aparentemente son los típicos que les cuesta llegar a fin de mes, que los chiquillos tienen mareados todo el año, pero más en verano, con las vacaciones, como es el caso. Mucho trabajar y poco más pueden hacer. En fin, que poco nos puede interesar sus vidas. Sin embargo, esa visión acabó el día en que me invitaron a almorzar un domingo. Raro se me hizo entonces, al igual que ahora. ¿Qué hacía alguien como yo con una familia así? Menuda sorpresa. Quizás sea yo, que siempre estoy viendo qué ventaja o qué provecho puedo sacar, de donde me vendrá el siguiente palo...habilidades buenas para sobrevivir en la calle, pero que en una comida con los García me abrieron los ojos más allá de lo obvio...o fue eso, ¿que por una vez vi lo que era obvio?Vi que eran unos padres que querían mucho a sus hijos. Como decía Chari, lo importante es que los niños crezcan como las lechugas, fuertes y saludables. Manué, que parecía el padre desencantado, harto de trabajar y asqueado de su vida, se transformaba en un gran maestro para sus hijos, siempre sonriente, contando historias...enseñando historias...enseñando a vivir, contando chistes, jugando, siendo el más travieso de ellos. Toda la familia tenía una feliz vitalidad que irradiaba cada rincón de la casa. Aquellos domingos, por unos instantes, sufría la ilusión de tener una familia, aunque fuera prestada. Hasta estaba tentado de querer una propia, de ser padre. Me enseñaron mucho y más que seguiré aprendiendo...
Sin pararme, sólo lo necesario para comprar un par de manzanas y recibir la invitación para almorzar al día siguiente con los García, me dirigí hacia el bar de Juan. Desayunar por segunda vez, aunque ahora ya algo más jugoso que un café y después una manzana para pseudo lavarme los dientes. En el bar de Juan suelo enterarme de cómo está el percal, qué se esta cociendo, como va el negocio. Últimamente la gente se estaba idiotizando, sólo se habla ya de tonterías de la tele, de chismes. Así que tenía que poner más atención a otras fuentes de información. Observaba cómo vestían, qué miradas, a quién se le echaba en falta, cuánto sueño traían unos y otros, lo habladores que venían los que normalmente callaban...etc. A veces olía negocio y otras no. Aún de lo poco fiable del método, algo sacaba, aunque sólo fuera tema de conversación para luego, cuando viera a Fermín.Una vez bien abastecido dirijo mis pasos hacia la playa. Da igual por donde entre, acabaré recorriéndola entera, nunca soporté estar parado mucho tiempo en el mismo sitio, esperando a no sé qué.Así que comienzo a pasear, a sentir la arena, el mar, la caricia de un sol que pronto abrasará. El día acaba de empezar y seguramente será como los demás, pero no puedo evitar sentirme especial, ser especial. Soy consciente de la cantidad de miradas que atraigo y no me importa, no puedo evitarlo, así que mejor acostumbrarse. Tengo esa edad imprecisa, no se puede decir que sea joven, pero tampoco que sea viejo. Podría decirse que estoy muy cuidado, que me paso todo el día en el gimnasio o bien que llevo todo la vida en la mar, trabajando duro y con la piel curtida y no chamuscada del salón de rayos uva. De modo que entre miradas de muchas clases, de indiferencia, de interrogación, de las que devoran y de las que casi odian, paso tras paso voy siguiendo mi camino. De vez en cuando me detengo, me paro un rato y descanso. Disfruto y pienso qué suerte tengo, pues dentro de lo que cabe, hago lo que quiero. Voy a donde quiero, con quien quiero y no doy explicación a nadie que no quiera yo. Me doy cuenta de donde estoy, qué arena piso, cómo huele el mar. Cómo el sol me trata bien algunos días, otros muchos me castiga. Sé que el viento es caprichoso, cual mujer, a veces cariñosa, otras firme y autoritaria y otras mejor no ir contra ella...Sé la suerte que tengo y no me canso de disfrutar de este pequeño paraíso.A la hora del almuerzo suelo comer con Fermín en un chiringuito que tiene su cuñado. Fermín es el típico “lobo de mar”, toda la vida embarcado, hasta que un médico le echó unos papeles que le dejaron en tierra. Añora su mar, pero sabe que aquí está a salvo de ella. También sabe que con ella estaba a salvo de otros tantos peligros, de malos ambientes, del aburrimiento, de la flojera, de vicios...incluso de conductores borrachos. Sin embargo Fermín estuvo toda una vida en la mar, aprendió lo suficiente para seguir vivo y ahora sobrevive con su pensión en este loco mar que es la ciudad para él. Nunca lo oí quejarse y creo que nunca lo oiré. Tiene ese brillo en los ojos que sin saber muy bien qué es, sabes que esté donde esté, estará bien. Impresiona lo alegre que está, su serenidad y su saber estar en cualquier situación. No diré que echa de menos la mar, pues él dice que a ella pertenece, que hace mucho tiempo que le arrebató lo suficiente para que siempre pertenezca a ella. Pero que por eso mismo, él siempre estará en ella y ella en él. Fermín siempre habla de esa forma, nunca dice las cosas directamente, siempre tienes que buscarlas en el fondo de sus palabras, siempre te las tienes que ganar. Podría dartelas sin más, pero entonces se perdería el camino de ir a por ellas. Con Fermín tan importante son las palabras como el silencio, él me ha enseñado que si verdaderamente son importantes unas, más importante es el otro. Por eso después de comer, cuando ya hemos charlado y nos terminamos el café, él se retira en su mirada a regiones más recónditas y yo prosigo con mi camino, sabiendo que es posible que hasta mañana no deje de darle vueltas a algún acertijo vital o a algo que yo creía que lo era.Ya ha pasado más de la mitad de otro día en el paraíso, “another day in the paradise” como aquella canción que le gustaba a no sé quien, nunca me enteré si hablaba de un paraíso tan bello como el mío...Ahora el astro rey da fuerte, pero no por mucho, pues va bajando ya en su camino y poco a poco se cansará, como voy haciendo yo. También poco a poco la gente que está en la playa va cobrando vitalidad y se va pasando ese sopor que a la hora de la siesta a todos nos caza. Vuelvo a la actividad y voy disfrutando. Gota a gota, voy destilando la sabiduría o la burla de las palabras del almuerzo.Llega el atardecer, pletórico de felicidad, esa que se sufre y no se sabe muy bien porqué, quizás porque llegas cansado y con un camino tras de ti que le da sentido. Y es cuando me siento, descanso en la arena y me preparo para despedir a mi duro compañero, ese que me marca la piel y que de algún modo me echa una mano, ese por el que cantan los pájaros a esa hora. Veo como lentamente se va, dándose un chapuzón en el mar, regalándome toda una paleta de colores en las nubes, con la promesa de que mañana volvemos a dar un paseo juntos por la playa.Un día más, cansado, feliz, satisfecho vuelvo lentamente a casa, a la ciudad, a lugares ligeramente desconocidos, pues de mañana son más duros, más contundentes que ahora, de noche.Una vez en la cama, disfrutando del descanso que sólo el cansancio puede dar, voy entregándome a los brazos de Morfeo. Quizás mañana lea un poco más de ese libro que con tristeza me mira desde la mesilla de noche...quizás mañana...mañana...mañana almuerzo con la familia...con Chari, Manué y los niños...jejeje!...quizás mañana que descanso...quizás mañana no me acueste con la musiquilla esa en la cabeza...esa que dice...¡Tres paquetes de papas un euro!